De niños nacemos con una gran capacidad para aprender cualquier cosa y con paciencia y refuerzo conseguimos que ese conocimiento pase a ser una parte importante de nosotros, aunque para que se nos grabe bien en nuestro interior después, hemos de experimentar con ese conocimiento y usarlo, entonces es cuando nos han de dejar hacer y no impedírsenos.
Los humanos aprendemos por imitación y modelamiento, sobretodo en nuestras primeras etapas de nuestro desarrollo, pero tanto lo bueno como lo malo, o sea lo que vemos aprendemos y lo imitamos.
Si no les permitimos hacer cosas, si no les dejamos usar su espontaneidad, les estamos limitando en su aprendizaje y hacemos que desarrollen una emoción negativa que es la inseguridad, hacemos niños inseguros.
Las características que definen al niño inseguro son básicamente cuatro:
a) Falta de confianza en sí mismo. b) Pobre autoestima.
c) Incapacidad para correr riesgos. d) Falta de autonomía.
La presencia de al menos una de ellas debe hacernos pensar en un problema de inseguridad. La causa es un mal aprendizaje de las conductas que sustentan tales factores. A lo largo de su infancia, al ir enfrentándose con obstáculos, el niño recibe mensajes acerca de cuál es su capacidad para afrontarlos. Pero no olvidemos que el niño no nace enseñado. La forma de superar los obstáculos y de afrontar las frustraciones le es enseñada, en especial por los integrantes de su ambiente más próximo. Si el niño no es asesorado en forma correcta, si no se le da la suficiente información, si se le presta una ayuda improcedente (ya sea por exceso, sobreprotección, o por defecto, sobre frustración), si se le dan mensajes desvalorizantes o culpantes, el niño formará una mala imagen acerca de sí mismo, lo que le creará el sentimiento de inseguridad. Si al niño se le exige en demasía y se le castiga por el fracaso, desarrollará un excesivo temor ante él, con su corolario de temor o incapacidad para aceptar los riesgos.
En general solemos decir que el niño, en tales casos, es inseguro, tiene sentimientos de inferioridad o una baja tolerancia a las frustraciones.
En psicología denominamos frustración a toda situación en que alguien se ve impedido de alcanzar algún objetivo que se había propuesto. El impedimento puede ser externo, si es algo ajeno a nosotros, e interno si se trata de una incapacidad propia. Los impedimentos internos son los que más frustración pueden crear, al ser vividos con una sensación de culpabilidad. Son los que nos hacen sentir más acomplejados. La sensación de incapacidad es un impedimento interno. Actúa en forma de círculo vicioso: a mayor sensación de incapacidad menores resultados a la hora de solucionar problemas; y a menores resultados, mayor sensación de incapacidad.
En situaciones difíciles, el niño inseguro responde con excesiva pasividad, esperando que sean terceras personas quienes resuelvan la papeleta, o bien que el paso del tiempo actúe borrando el compromiso. Por otra parte, se siente poco capaz de aceptar las situaciones que comporten frustración: teme cometer errores (por lo que prefiere no actuar) o busca «culpables» para sus equivocaciones; le asusta asumir responsabilidad y correr riesgos.